Hemos
comenzado un nuevo año, estamos en el inicio de un nuevo camino, tal
vez sólo estamos siguiendo el camino que ya hemos comenzado antes o
el fin de uno; pero de seguro estamos viviendo en uno, lo veamos o
no, cada día tenemos la oportunidad de construir nuestra vida;
nuestras decisiones se conforman con cada suspiro que damos.
Ahora
bien, no estamos ajenos a las circunstancias adversas en nuestro
andar, hay piedras a las que llamamos problemas, crisis, dudas,
fases, pérdidas… pero sin ellas desnecesariamente recorreríamos
el camino de la vida, seríamos eternos inmaduros y nos perderíamos
de lo viene adelante, lo mejor de nosotros mismos. Se ha dicho que
nadie es fuerte sin antes tener la oportunidad de ser probado en su
debilidad, no podemos avanzar sin antes saber si estamos preparados o
no ni tampoco podemos morir en el intento.
Al
contemplar el mar me di cuenta de cuan insignificantes podemos llegar
a vernos; ante tanta inmensidad y fuerza delante mí no pude
evitar quedarme pensativa y agradecida; me di cuenta de la
importancia que damos a nuestro propio mundo individual, a nuestro yo
egoísta no a aquel al que deseamos hacer crecer para bien nuestro y
de los demás, el otro; al que nos hace pensar en nuestras
dificultades nada más y viendo como damos vuelta en las mismas
situaciones que no nos deja avanzar, lentamente nos hundimos y las
piedras van cubriendo y formando una muralla en nuestro camino, nos
conformamos o desistimos. Pero un lugar me llamó la atención, antes
de llegar al mar en su esplendor debía atravesarse por varias rocas,
grandes, pequeñas, de varias formas, unas más resbaladizas que
otras, lo que volvía el camino en algo peligroso, pero yo no
caminaba debajo de ellas, caminaba por encima de ellas, y al llegar a
un extremo podía ver al mar; me encontraba al borde, en el destino
final de mi recorrido entre el valle de piedras, como podría
llamarse, y al verme cara a cara con las ondas y olas que se
agolpaban, tanta belleza me estremeció, el mar, mi destino, era aún
mayor y aún más intenso; mayor era el riesgo de peligro si me
precipitaba a él sin conocimiento y preparación.
Muchas
veces nos trazamos objetivos o deseamos cierta vida y vivimos por
ella pero no estamos dispuestos a encarar las piedras en el camino,
no las queremos, claro muchas nos son dolorosas pero te has
preguntado qué esperas al final del camino, ciertamente tenemos un
ideal de mejoría, de felicidad dada por la plenitud de lograr lo que
nos proponemos; a veces nos perdemos de lo que está delante por
quedarnos en el camino y otras veces sólo desviamos las piedras para
llegar con mayor rapidez, es ahí cuando chocamos con la realidad, no
nos hemos preparado para disfrutar de nuestro objetivo, no supimos
aprender que detrás de las rocas está esperándonos algo inmenso
pero que requiere de las piedras, que aprendamos a superarlas primero
porque de nada nos servirá llegar allí sin experiencia, tan sólo
correremos esquivando obstáculos y caeremos al mar que imaginamos
pero no sabremos afrontarla y nos perderemos en ella.
Por
eso no te desvíes de tus objetivos, persiste y agradece por las
piedras porque detrás de ellas se encuentra la grandeza a la que te
dispusiste a enfrentar, aunque resbales, levántate y aunque las
piedras te lastimen, las aguas curarán tus heridas; el valle de
piedras no iguala al horizonte de saber que has llegado a la meta,
practícalo en cada área de tu vida y recuerda que Dios ha creado
algo mayor al final del camino y te espera allí, prosigue a la meta.
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" Procura que tu vida
vea la luz al
final de tus objetivos
y no al final del
túnel. "
Kathrin Konrad.
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