jueves, 23 de enero de 2014

Las piedras en el camino.








































 
Hemos comenzado un nuevo año, estamos en el inicio de un nuevo camino, tal vez sólo estamos siguiendo el camino que ya hemos comenzado antes o el fin de uno; pero de seguro estamos viviendo en uno, lo veamos o no, cada día tenemos la oportunidad de construir nuestra vida; nuestras decisiones se conforman con cada suspiro que damos.
Ahora bien, no estamos ajenos a las circunstancias adversas en nuestro andar, hay piedras a las que llamamos problemas, crisis, dudas, fases, pérdidas… pero sin ellas desnecesariamente recorreríamos el camino de la vida, seríamos eternos inmaduros y nos perderíamos de lo viene adelante, lo mejor de nosotros mismos. Se ha dicho que nadie es fuerte sin antes tener la oportunidad de ser probado en su debilidad, no podemos avanzar sin antes saber si estamos preparados o no ni tampoco podemos morir en el intento.
Al contemplar el mar me di cuenta de cuan insignificantes podemos llegar a vernos;  ante tanta inmensidad y fuerza delante mí no pude evitar quedarme pensativa y agradecida; me di cuenta de la importancia que damos a nuestro propio mundo individual, a nuestro yo egoísta no a aquel al que deseamos hacer crecer para bien nuestro y de los demás, el otro; al que nos hace pensar en nuestras dificultades nada más y viendo como damos vuelta en las mismas situaciones que no nos deja avanzar, lentamente nos hundimos y las piedras van cubriendo y formando una muralla en nuestro camino, nos conformamos o desistimos. Pero un lugar me llamó la atención, antes de llegar al mar en su esplendor debía atravesarse por varias rocas, grandes, pequeñas, de varias formas, unas más resbaladizas que otras, lo que volvía el camino en algo peligroso, pero yo no caminaba debajo de ellas, caminaba por encima de ellas, y al llegar a un extremo podía ver al mar; me encontraba al borde, en el destino final de mi recorrido entre el valle de piedras, como podría llamarse, y al verme cara a cara con las ondas y olas que se agolpaban, tanta belleza me estremeció, el mar, mi destino, era aún mayor y aún más intenso; mayor era el riesgo de peligro si me precipitaba a él sin conocimiento y preparación.
Muchas veces nos trazamos objetivos o deseamos cierta vida y vivimos por ella pero no estamos dispuestos a encarar las piedras en el camino, no las queremos, claro muchas nos son dolorosas pero te has preguntado qué esperas al final del camino, ciertamente tenemos un ideal de mejoría, de felicidad dada por la plenitud de lograr lo que nos proponemos; a veces nos perdemos de lo que está delante por quedarnos en el camino y otras veces sólo desviamos las piedras para llegar con mayor rapidez, es ahí cuando chocamos con la realidad, no nos hemos preparado para disfrutar de nuestro objetivo, no supimos aprender que detrás de las rocas está esperándonos algo inmenso pero que requiere de las piedras, que aprendamos a superarlas primero porque de nada nos servirá llegar allí sin experiencia, tan sólo correremos esquivando obstáculos y caeremos al mar que imaginamos pero no sabremos afrontarla y nos perderemos en ella.
Por eso no te desvíes de tus objetivos, persiste y agradece por las piedras porque detrás de ellas se encuentra la grandeza a la que te dispusiste a enfrentar, aunque resbales, levántate y aunque las piedras te lastimen, las aguas curarán tus heridas; el valle de piedras no iguala al horizonte de saber que has llegado a la meta, practícalo en cada área de tu vida y recuerda que Dios ha creado algo mayor al final del camino y te espera allí, prosigue a la meta.



" Procura  que  tu  vida  vea  la  luz  al  final  de  tus  objetivos  y no  al  final  del  túnel. "

Kathrin  Konrad.



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